El colectivo por encima del individuo, la disciplina como modo de vida, el amor a la patria, la moral sexual liberal, el infanticidio de Estado, la xenofobia, la ausencia de artes. Esparta, también llamada Lacedemonia, era una ciudad estado de la Antigua Grecia situada en la península del Peloponeso. Surgida en el siglo X a. C., cuando los invasores dorios sometieron a la población local, se constituyó como una enorme potencia militar hacia el año 650 a. C. para acabar liderando a los griegos en las guerras Médicas.
Posteriormente llegaría el declive, la derrota definitiva contra los persas y el olvido. Sin embargo, en el imaginario popular ha quedado la actitud espartana como definición de disciplina y compromiso, mientras que en el terreno militar recientemente se recordó la grandeza de su ejército en la película norteamericana “300”.
Pueblo entrenado para la guerra, los niños espartanos eran apartados de sus padres a los 7 años para pasar a depender del Estado, que los instruía para formar parte del ejército de Esparta en el que sólo podían tomar parte como soldados de ataque ciudadanos espartiatas –nacidos de padre y madre espartanos-, mientras que el resto de ciudadanos debían formar parte como tropas auxiliares.
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Sin duda, la vida de los espartanos estaba en peligro desde su nacimiento, cuando los ancianos sumergían a los bebés en un baño de vino sin diluir para ver su reacción; si no era la adecuada o tenían alguna deformidad, eran descartados y se llevaba a cabo un infanticidio de Estado sin mayor miramiento. Abandonar a los bebés por circunstancias económicas era habitual en la antigua Grecia, como lo sería en Roma, pero no matarlos como se hacía en Esparta. Alguna excepción hubo, como en el caso de Agesilao II quien llegó a ser rey durante 40 años a pesar de su cojera.
A los veinte años, el espartano recibe las armas de guerrero y y los primeros derechos políticos de ciudadano. Hasta los treinta años no es más que soldado y, aunque tenga la obligación moral de casarse antes de esa edad, tiene que vivir en el cuartel. Cumplidos los treinta años, dispondrá de un poco más de independencia pero, como puede ser movilizado hasta los sesenta años, necesitará autorización para viajar al extranjero o alejarse de la ciudad, pues cada noche seguirá teniendo que participar de la cena común.
Estas cenas son frugales junto a sus compañeros de combate. Cada espartano debe pagar la cuota que le corresponda, bajo pena de ser relevado de su título de ciudadano tan duramente adquirido, y degradado a la categoría inferior. Libre de sus obligaciones militares, a los sesenta años, puede vivir como le plazca. Sin duda, es la edad de los honores y, para algunos, de los cargos públicos. Sometido toda su vida a una disciplina que ha aprendido a querer, cuando llega a ocupar una función en el gobierno de la polis, hará todo lo posible para que se respete y perpetúe el mismo régimen político que con rigor implacable ha aprendido a querer.
La moral espartana, que significaba el amor absoluto a la patria y el olvido de sí mismo, tenía indiscutiblemente su grandeza pero también representaba un freno absoluto al desarrollo de la personalidad propia y la creatividad (de hecho, fue un pueblo que no cultivó las artes, como sí se hizo en Atenas).
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Posiblemente, dentro de la moral impuesta en Esparta, el único punto donde los espartanos no tenían un severo código de actitud era en la manera de vivir su sexualidad. No estaba mal visto que los maridos y las esposas tuvieran amantes, incluso a veces conviviendo dentro del domicilio familiar; también resultaba aceptada la homosexualidad y la bisexualidad –de hecho, ésta era en cierto modo fomentada por el hecho de ser obligatorio el matrimonio, de modo que los hombres homosexuales también debían tener esposas- y, por último, era normal que las mujeres se exhibieran desnudas ante los hombres sin mayor problema.
Espartanos eran los 300 hombres que frenaron al ejército persa en el desfiladero de las Termópilas y también los que, junto a los atenienses, los volvieron a derrotar en Platea. Los espartanos mantuvieron la preponderancia en Grecia durante el siglo V a. de C., gracias a su técnica militar y, especialmente, a una nueva forma de ataque que consistía en el empuje frontal de una masa de guerreros dotados de armaduras pesadas, los hoplitas.
Aunque Esparta nunca soportó a los gobernantes tiranos, en este militarismo y en otros aspectos —su xenofobia y su obediencia ciega a la autoridad, por ejemplo—, los fundamentos de la ciudad helena concuerdan con las bases políticas de los totalitarismos del siglo pasado, haciendo que desde Stalin hasta Hitler y Mussolini les citaran como ejemplo aunque desconocían la realidad de Esparta y sus gobiernos dictatoriales no tenían nada que ver con los espartanos.