Ríos de tinta ha generado la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo, Caballeros del Templo de Salomón, comúnmente conocida como Orden del Temple desde que el 22 de marzo de 1312 el Papa Clemente V firmara la bula Vox in Excelso que disolvía la misma, casi dos siglos después de su fundación en 1119 por nueve caballeros francos en Jerusalén y cuyo primer Maestre fue Hugo de Payns.
Retrato de Hugo de Payns
No obstante y más allá elucubraciones de clara raíz comercial, lo que narra la Historia es una trayectoria de casi dos siglos de servicio del Temple a La Cruz, con mayor o menor suerte en escenarios tan solemnes como las II y III Cruzadas hasta la caída de San Juan de Acre en 1291 o la Reconquista de la Península Ibérica por parte de los reinos cristianos, interrumpido todo ello por el rey francés Felipe IV el Hermoso que, acuciado por la quiebra de la Administración Real debido a las cargas financieras que comportaban las interminables guerras con Inglaterra y Aragón, fijó su atención en la Orden del Temple y su vasto patrimonio en suelo francés. Las intrigas y presiones a que fue sometido Clemente V(prelado de origen francés) para desprestigiar e incluso difamar a los Caballeros Templarios con fatuas acusaciones de sacrilegio, herejía, prácticas homosexuales o usura prestataria concluyeron finalmente con la disolución de la Orden en 1312 bajo acusación de indignidad y malos hábitos, no así herejía, exculpación papal que de nada sirvió a los últimos cuatro grandes Maestres de la Orden que, encabezados por Jacques de Molay, fueron quemados vivos en una isla del Sena el 18 de marzo de 1314.
Jacques de Molay en la hoguera
La presencia de los Templarios en España no se hace efectiva hasta el año 1130, once después de su constitución en Tierra Santa. El Gran Maestre Hugo de Payns antes de regresar a Oriente dejó la organización de la Orden en el Languedoc, la Provenza y los reinos cristianos de la Península Ibérica al caballero Hugo de Rigaud, cuya intervención y buena diplomacia desembocó en un éxito rotundo del Temple en nuestro país durante los siglos XII y XIII, decisivos en la Reconquista, histórica empresa equiparada por bula de Pascual II en 1100 a las Cruzadas en Palestina.
Los primeros ejemplos de aquel buen hacer templario en tierras ibéricas los encontramos en la Corona de Aragón y los condados catalanes. Así, el 8 de julio de 1131 Ramón Berenguer III donaba a la Orden el castillo de Grañena, su caballo y su armadura. Un año después era el conde Armengol IV de Urgel quien donaba el castillo de Barberá a la causa de la Cruz patada roja.
Ese mismo año de 1131, el rey de Aragón Alfonso I el Batallador otorga testamento en Bayona, cediendo al Temple un tercio de sus dominios y señoríos. Los otros dos fueron para otras dos Órdenes Militares, los Caballeros del Santo Sepulcro y los Caballeros Hospitalarios.
Retrato de Alfonso I el Batallador
En Castilla, el rey Alfonso VII les dona la villa de Villaseca en 1146 y más tarde el castillo de Calatrava, en la calzada que conectaba Toledo con Córdoba, germen de la futura Orden de la Calatrava pero, es sin duda el épico momento de la batalla de Las Navas de Tolosa en 1212 el punto histórico de máxima relevancia de la Orden durante la Reconquista. Aquella Triple Alianza de Alfonso VIII de Castilla, Pedro II de Aragón y Sancho VII de Navarra contra los almohades fue apuntalada por levas de caballeros francos que actuaron como tropas de élite de los cristianos.
Castillo de Calatrava
LA ESPADA TEMPLARIA
Según el profuso postulado de la Regla (Retrais) de la Orden, única fuente fiable al respecto, podemos hacer una reconstrucción bastante aproximada del aspecto y criterios que debía cumplir la espada de guarnición templaria. Eran armas con cierto estándar,así el art.18 Retrais se refiere a la obligatoriedad de tener todos los Caballeros idéntico equipo y pertrechos. El art.66 impone también la ordenanza a todo caballero secular de adquirir de manera honrada caballo y armas adecuadas.
Espada templaria customizable por el Maestro Artesano Antonio Arellano
La espada templaria era una espada de las llamadas de arzón, que se define como la parte arqueada que une los brazos de una silla de montar. Era un arma anclada en la montura, apta para lucha a caballo o a pie y de mayor tamaño que la espada de mano por lo que su equilibrio estaba más arriba para poder volcar la superior fuerza en la punta, aportando al caballero mayor seguridad en un posible combate a caballo.
La hoja de la espada, según las investigaciones del erudito y eminencia inglés en la materia Ewart Oakeshott, era doble con amplia acanaladura, revestido todo de cierta sobriedad para no contravenir la Retrais. El pomo de la espada sería discoidal, mas austero y adaptado a las prerrogativas de la Orden que uno poligonado o con forma de nuez. La espada templaria no aporta adornos superfluos.