Se busca. El 3 de enero de 1950 el diario El Alcázar titulaba en portada: «Se busca el cuchillo con el que fue degollado San Pablo». El periodista Luis Moreno Nieto fue el encargado de recoger tan inusual acontecimiento, haciendo referencia levemente a que el cuchillo fue traído a Toledo por Gil de Albornoz y pasando posteriormente a detallar lo que ocurrió con la reliquia durante la Guerra Civil en lo que es hasta la fecha la creencia aceptada de lo sucedido.
Al llegar las tropas republicanas a la ciudad, con el Alcázar sublevado y atrincherados allí militares y Guardias Civiles, lo primero que hicieron fue tomar los conventos de la ciudad para usarlos como cuarteles. Se arrestó a las monjas, pero la historia de lo que le pasó al cuchillo llegó en boca de una de ellas a la que, «anciana e impedida», se le dejó permanecer en el convento.
El artículo del diario El Alcázar narra cómo esa monja contó que el demandadero del convento arrojó la espada, junto a una escopeta vieja que guardaba, al pozo del patio del convento antes de que llegaran las tropas republicanas. Ahí se perdió el rastro de la reliquia. Pero, ¿quién decidió buscar en 1950 un cuchillo que prácticamente había sido olvidado por la guerra? Pues alguien que lo tenía muy presente desde antes de 1936.
La orden de iniciar tan peculiar búsqueda partió del propio General Franco. Desde que en 1907 entró como cadete en la Academia de Infantería de Toledo quedó fascinado por la historia de la espada y, según relatos de las propias monjas jerónimas, solía acudir a venerar el cuchillo, que hasta 1936 se expuso en la iglesia abierta al culto del propio convento. Iniciar la búsqueda en 1950 tenía también la intención, según se recoge en la prensa de la época, de recuperar la reliquia para poder regalársela al Papa Pío XII para celebrar el recién instaurado Año Santo y, de paso, limar las asperezas entre España y el Vaticano que por entonces negociaban la firma de un nuevo Concordato.
La búsqueda de la espada fue un acontecimiento en la ciudad. Los bomberos llegaron a descender al pozo del convento para encontrar la reliquia, buscaron por todos los tejados y se tiraron varios tabiques sin éxito. No había rastro del arma.
La obsesión de Franco por el cuchillo de San Pablo le persiguió durante años. Luis Moreno Nieto, en su libro, ‘Franco y Toledo’, narra como el general solía contar la historia de la reliquia a cada uno de los seis gobernadores civiles que nombró en vida para la provincia. Es conocida la fijación de Franco con otra reliquia, ‘la mano milagrosa de Santa Teresa’, un guante de plata con dedos engalanados por piedras preciosas que guardaba en su interior restos incorruptos de la santa, así como que en su lecho de muerte pidió que le trajeran el manto de la Virgen del Pilar para colocarlo a los pies de su cama.
Las interpretaciones ocultistas de su vítor, que apareció de la nada para celebrar su victoria militar y desapareció casi de igual forma; su animadversión a la masonería, a pesar de que dos de sus hermanos lo eran; o la simbólica arquitectura de su faraónica tumba en el Valle de los Caídos son otros elementos que refuerzan la idea de que Franco, al igual que otros dictadores de la primera mitad del siglo XX, tenía tendencias ocultistas que, en el caso español, enraizaban con el catolicismo.
Sin éxito en la búsqueda pasaron los años, y en 1967 se produjo lo que la prensa de la época catalogó como «un hallazgo providencial». En los archivos del Museo de Santa Cruz se encontró un pergamino, compuesto por dos hojas de vitela cosidas, en el que se dibujaba el cuchillo tanto en su anverso como su reverso.
El historiador Julio Porres consideró que el documento era obra de Francisco Xavier de Santiago Palomares y su hijo Dionisio, eruditos toledanos que en el siglo XVIII se dedicaron a catalogar armas y contrastes de maestros armeros toledanos.
Con este documento se reavivaron las ascuas de la búsqueda. De nuevo el Régimen Franquista inició una campaña en prensa para dar a conocer la historia y tratar de encontrar algún rastro. La televisión naciente también fue una buena herramienta para propagar la imagen del cuchillo por si alguien conocía su paradero. Todo fue en vano.
Finalmente, ante la falta de éxito pero con tan completa descripción, se optó por realizar «dos réplicas». Los artesanos de la Fábrica de Armas se encargaron de dar forma al objeto con las indicaciones del arma registradas en el pergamino de Santa Cruz. Un artículo de ABC narra cómo el 3 de diciembre de 1967 se hizo entrega a Franco de una de las réplicas en la finca ‘Castillo de Higares’, en Mocejón, de manos del gobernador civil Thomas de Carranza. La espada fue entregada personalmente por el ingeniero jefe encargado de la Fábrica de Armas de Toledo en aquella época, Buenaventura Osset Rey. Horas antes de ser regalada a Franco se mostró la espada a las monjas jerónimas de San Pablo, que, según recoge la crónica del periódico, «debido a la calidad de la copia creyeron encontrarse ante la auténtica».
El 14 de junio de 1969 el cardenal primado de Toledo, Vicente Enrique y Tarancón, recibió como regalo de la Fábrica de Armas la otra réplica de la espada. Curioso regalo en común para una figura que protagonizaría duras disputas con Franco y que, a su muerte, se caracterizó por su talante conciliador durante la transición.
Se cerraba así la búsqueda del cuchillo de San Pablo, que ha permanecido oculta en la memoria de los que la vivieron hasta que el autor de este artículo ha tratado de juntar de nuevo las piezas de esta peculiar historia.
Y es que, ¿dónde están ahora mismo las dos réplicas de la espada? ¿Qué pasó con ellas a la muerte de Franco y el cardenal Tarancón? Otro misterio.